
Parece que muy pronto los Museos se abrirán…la gente está ansiosa por “volver a la normalidad” lo antes posible, aunque, que supone “lo normal”?
Visitar lugares turísticos es diferente de visitar lugares de arte y parece ser que la combinación de ambos crea un enfoque anacrónico para el mejor recurso de inspiración y serenidad por excelencia: arte.
Desde que viajar se ha convertido en mas y mas accesible, grupos masivos de gente visitan lugares históricos y de algún modo de manera peligrosa para la propia seguridad de los lugares.
Verdaderas joyas del arte sometidas a la demagogia de visitas masivas sin la lógica expectativa de disfrutar a través de los ojos de la contemplación, aprendizaje y búsqueda de inspiración, sino mas bien una absurda acumulación de fotografías sin otro objetivo que agregar un nuevo lugar a una larga lista de destinos de viaje.
Fotografías que terminarán en una cuenta de Instagram o Facebook como miles mas alrededor del mundo, sin percibir una lección clara después de esa visita que resulte en crecimiento personal o profesional. Ese es precisamente el objetivo: absorber el mágico poder del arte y meterse en el secreto de cómo ha sobrevivido a siglos y esta allí, solo para nuestro egoísta propósito de sentir la necesidad de ser parte de esa particular historia que cada obra retiene eternamente.
Uno de los aspectos con los que disfruto especialmente es conocer la historia de cada pieza, muchas veces representa sacrificios ya que necesito centrarme en unos pocos y no la colección completa, pero vale la pena.
La soledad de ese momento constituye la verdadera magia que nos hace ser la última parte de esa historia única que se cierne firmemente en cada obra de arte. La calidad de nuestra actitud es fundamental, aunque normalmente pensamos en términos de “cantidad” en vez de “calidad” también para la visita en sí misma.
Colecciones, pinturas, esculturas, conciertos, etc, la calidad está perdida en términos de la deseada serenidad, en vez de ello nos enfrentamos a lugares atestados de gente sin la correcta sensibilidad. Tan importante es preservar tesoros de arte como de proteger el espíritu de esos lugares privilegiados con su presencia.
Desafortunadamente el “código cantidad” siempre va por delante: nuestra propia colección privada de buscar mas y mas piezas de arte y enriquecer así nuestro sentimiento de satisfacción.
Actualmente, con COVID19 hemos tomado conciencia que no necesitamos movernos de nuestras casas para alimentar nuestras almas con arte, cambiando nuestro concepto -equivocado o no- de que necesitamos enfoques físicos para verdaderamente sumergirnos en el enriquecedor mundo del arte. Operas, Museos, Sitios Históricos, incluida una visita a la tumba de 5000 años de Meresankh III- están allí para alimentar nuestra curiosidad.
No fue sino hasta que visité el Vaticano que realmente tomé conciencia de la necesidad de privacidad, silencio y discreción para estar inspirado y disfrutarlo, al punto de que muchas veces me hace evitar esos lugares de arte que se han convertido en un lugar mas de turismo.
El día que visité el Museo del Vaticano estaba lleno de turistas sedientos por tomar fotografías mas que mirar arte, alimentando su curiosidad mas que sus almas. Comiendo, hablando en voz alta, tomando fotografías dentro de la Capilla Sixtina
, mas como una fiesta de mercado que un lugar de contemplación en siliencio y respeto. Mientras que yo iba gradualmente sintiéndome mareada –emocional y físicamente- mirando hacia el alto techo, la mayoría de la gente se había convertido en otro “asunto de seguridad” violando todas las reglas posibles y sin ninguna empática para un trabajo de arte único que se ve mucho mas impactante también por la dimensión de sus figuras. Exactamente lo contrario a lo que experimenté con mi visita a “La Gioconda” en El Louvre de Paris, que con su pequeño tamaño y profunda mirada sigue a cada observador, no sin antes superar la lucha con una audiencia caótica.
Ambas fueron oportunidades para aprender y sentir el arte tal como es, con y para ti, sin embargo no bien solo sino cuando paulatinamente te desprendes de la atmosfera ruidosa que te rodea. Un momento de reflexión de siglos de arte, gloria y tragedia del extraordinario poder de los humanos para usar sus habilidades intelectuales así como su pasión. Pero ahí estaba, enfrentándome a mi propia lucha por mantener el momentum pese a una indiferente y hambrienta audiencia que simplemente no le importa y estaban allí para satisfacer su curiosidad ciega por lugares tradicionales y no para elevarse a ellos mismos con el arte.
Hay una gran falta de compasión hacia el arte correlativo al actual estado de empatía y solidaridad. La forma que nos vestimos, hablamos –el volumen de nuestra voz- es tan importante como nuestro sentimiento por el arte.
La actitud con la que se visita lugares con historia debería ser una pre-condición para visitarlos.
Respetarlos es una forma de honrarlos y preservarlos. Es por todas estas razones que no estoy segura de que “ volver a la normalidad” es lo que realmente necesitamos sino una oportunidad para cambiar e ir a la normalidad –no necesariamente volver a ella- bajo nuevas reglas. Simplemente volver atrás no es suficiente para alcanzar la esencia del arte: la antigua pasión por la elegancia –no la solemnidad- por el respeto –no la sumisión – por las buenas formas – no modernos gestos falsos- por inspiración- no la vaga demostración de una seudo vida cosmopolita-.
El sentimiento universal hacia el arte involucra la riqueza de la inspiración como agente de ideas iluminadas que supone un apetito personal por aprender no por viajar, por absorber el mensaje, no por mirar/escuchar, por florecer no morir en la futilidad de “una visita mas”.
Para alimentar nuestras almas necesitamos tener una actitud. Sintiendo el arte…